08/07/12
Frank Josué Solar Cabrales
La Conferencia Nacional del
Partido Comunista de Cuba (PCC) celebrado en enero pasado fue una oportunidad
única que se nos presentó a los revolucionarios cubanos para saldar cuentas con
nuestro pasado, con la historia del socialismo en el siglo XX y con el modelo
socialista verticalista y burocrático que copiamos de los soviéticos en gran
medida. Ella pudo haber sido el inicio para un debate que lleva mucho tiempo
postergado en la sociedad cubana: el análisis de la experiencia de la Unión Soviética,
de cómo una gran revolución fue traicionada y el poder le fue usurpado a los
trabajadores. Del proceso de restauración capitalista en la URSS y Europa del
Este podemos aprender mucho para saber por qué se produjo, enmendar los errores
de ellos que repetimos aquí, y evitar el mismo destino.
Sin embargo, no se aprovechó el momento para
una revisión a fondo de nuestro modelo político. Ya desde antes de la
Conferencia era evidente que ella tendría un perfil inferior al del VI Congreso
del PCC (abril de 2011). Inicialmente se había dicho que ambos eran momentos
distintos, con igual nivel, de un mismo proceso de actualización, y que se
separaban sólo para debatir con mayor profundidad los temas económicos en el
Congreso, y los políticos, sociales y culturales en la Conferencia. Aunque
en ese momento señalamos que la realidad social no se puede separar
arbitrariamente, como si ella transcurriera en compartimentos estancos,
teníamos la esperanza de que la reunión dedicada a los asuntos políticos
produjera impactos tan trascendentes como la referida a la economía. Pero
pronto se dijo que la Conferencia se concentraría en los asuntos internos del
Partido, que su documento base no sería discutido con todo el pueblo, como se
hizo con los Lineamientos, sino sólo con los militantes, y que no debían
levantarse muchas expectativas sobre ella, porque ya las decisiones importantes
se habían adoptado en el Congreso, y de lo que se trataba ahora era de adecuar
el trabajo del Partido a las nuevas condiciones.
Mucho
más imperativa se torna esta necesaria actualización de nuestro funcionamiento
político cuando ya empiezan a formar parte cotidiana de la realidad muchas de las
contradicciones y tensiones sociales que advertimos iba a generar el rumbo
económico trazado. Bajo su amparo van surgiendo nuevas constelaciones sociales,
con intereses propios.
Un
ejemplo de lo que decimos fue la tentativa de los transportistas privados en
Santiago de Cuba de subir en diciembre pasado el precio del pasaje de uno a dos
pesos, un aumento del 100%. El episodio, aunque no pasó del intento y duró sólo
unos cuatro días, encendió varias señales de alarma y despertó otras tantas
interrogantes.
La
actitud de los transportistas durante esos días demostró que el sector privado
tiende a actuar (y lo hará cada vez más en el futuro) corporativamente,
concertando voluntades a fin de ejercer presión como grupo social que defiende
intereses propios en contra de la mayoría. Ahora puede ser aislado, pero en otro
momento pudiéramos estar viendo un acuerdo a mayor escala, y podríamos perder
el control. Hoy lo harán para incrementar las ganancias, pero mañana será por
objetivos políticos.
Por
otro lado, también resultaron significativas las respuestas de las personas,
con reacciones espontáneas que iban desde los reclamos directos ante los dueños
de las camionetas, o las quejas ante los órganos locales del Partido y el
Gobierno para que tomaran cartas en el asunto, hasta una suerte de resistencia
pasiva que consistía en la negativa a abordar el transporte privado y pagar los
dos pesos que se exigían. Al boicot privado se oponía un boicot social. Este
tipo de iniciativas populares, que al final resultaron decisivas para hacer
retroceder el aumento, debían servir de ejemplo para el diseño de estrategias
de resistencia social ante las relaciones de contenido capitalista que empiezan
a aparecer.
En
uno de los mejores momentos del debate de la Conferencia Nacional
del Partido que pudimos ver por televisión, un sencillo hombre de pueblo,
trabajador por cuenta propia, exponía la contradicción existente entre la
autorización a contratar fuerza de trabajo por los cuentapropistas y el
principio socialista expresado en la Constitución de que el Estado cubano
prohibía cualquier forma de explotación del hombre por el hombre. Vale la pena
el análisis de las respuestas que se dieron en el debate posterior por los
argumentos que ellas contuvieron.
La
respuesta que planteó que no había contradicción porque los trabajadores de los
cuentapropistas en Cuba no eran explotados no merece ningún comentario porque
es insostenible desde cualquier planteamiento marxista medianamente serio. Las
otras posiciones, que aún admitiendo la existencia de una contradicción,
defendieron la medida por considerarla necesaria, tampoco me parecen válidas.
La argumentación de que esa explotación en Cuba se halla “amortiguada” por toda
la serie de conquistas sociales garantizadas por la Revolución, algo así como
una explotación de baja intensidad, me recordó el cuento de la hija que para
calmar la reacción airada del padre ante la noticia de su embarazo, le dijo que
no se preocupara, que ella nada más estaba un “poquito” embarazada. La
explotación no depende de la mayor o menor cantidad de prestaciones o
protecciones sociales, o de una mayor o menor distribución social de la
riqueza, ni de la maldad o bondad de algún explotador, sino de la condición de
asalariado, aquella que Marx llamó esclavitud moderna, en la que el patrón
nunca paga al trabajador el valor total de lo que produce, siempre se queda con
una parte, llamada plusvalía, de la que obtiene ganancia, viviendo así de la
apropiación de trabajo ajeno. Esto es marxismo elemental. De la misma manera
que una mujer sólo puede estar embarazada o no estarlo, se está explotado o no
se está. Sencillamente, no puede ser que se esté sólo un “poquito” explotado.
Al
final, al compañero le pidieron «tranquilidad»,que no se preocupara porque la
contradicción sería resuelta en futuras revisiones de la Constitución para
adecuarla a las nuevas realidades que se van imponiendo. El principal problema
no es ya que sea inconstitucional, sino que la prohibición de la explotación
del hombre por el hombre es, junto a la abolición de la propiedad privada, un
pilar básico del socialismo. Es cierto que durante el período de transición
perviven elementos del capitalismo, pero ellos son referidos fundamentalmente
al funcionamiento de la ley del valor, el uso del salario como retribución y
estímulo al trabajo, la existencia de la pequeña propiedad y de relaciones
mercantiles. Pero pretender la construcción del socialismo con la utilización
de la explotación del hombre por el hombre, es una contradicción en sí misma.
Todo
esto que va sucediendo contribuye a desmontar en el pueblo la creencia
ilusoria, ingenua, en el beneficio de medidas de corte capitalista. Como
venimos advirtiendo desde que se empezó a pensar en ellas, con estas reformas
una minoría se enriquecerá y saldrá ganando, pero la inmensa mayoría será la
perdedora y se verá marginada de los beneficios económicos. De un socialismo
obligado por las circunstancias a repartir la pobreza, ahora pasaremos
paulatinamente a uno donde se acentuarán y profundizarán las desigualdades sociales.
Durante
50 años mantuvimos un consenso social basado en uno de los modelos
redistributivos de la riqueza más justos y equitativos del mundo y en el
disfrute universal y gratuito de derechos sociales básicos que sólo eran un
sueño en cualquier otro país. A cambio, se aceptaban recortes importantes en
los derechos políticos, y se depositaba todo el poder en un liderazgo histórico
carismático, que se había ganado una enorme autoridad moral y política. Se
entendía y aceptaba que el Estado actuaba siempre a favor y en nombre del
pueblo, y garantizaba la permanencia de las conquistas revolucionarias.
Entonces el control político estricto era visto como un arma contra la
actividad subversiva enemiga.
Este
modelo de control político riguroso ha sido efectivo para defender la
Revolución frente al acoso imperialista y la contrarrevolución burguesa. Sin
embargo, en las limitaciones a la participación política está el origen de dos
fenómenos que ahora amenazan a la economía planificada: uno, en el terreno
económico, el despilfarro, la corrupción, el mal uso de los recursos, porque no
existe ni el mecanismo de control que supone la libre competencia capitalista,
ni tampoco el mecanismo de control que supone la democracia obrera; y dos, la
falta de participación política real lleva a una situación de apatía, de
aceptación de lo que viene de arriba, en la que se atrofia el músculo de la
crítica por no ejercitarse, lo que finalmente puede llevar a la aceptación de
medidas pro-capitalistas sin prácticamente contestación. El efecto económico de
la burocracia se vio atenuado durante un tiempo, entre otras razones, por la
relación con la Unión
Soviética que hasta cierto punto creaba una situación de
abundancia de productos básicos. Pero con la caída de la URSS se reveló con toda
su fuerza.
Si a
partir de ahora Cuba empezará a parecerse a los países “normales” donde el
sector privado toma medidas para aumentar sus ganancias, y sube los precios
guiado por la ley de oferta y demanda, entonces deberemos redefinir también los
espacios y los mecanismos para que las personas puedan protestar y defenderse
de los desmanes y abusos del sector privado, y ejercer presión en sentido
contrario.
Mientras
tengamos la enorme amenaza del imperialismo y la reacción capitalista
necesitaremos el partido único como garantía de unidad de los revolucionarios y
de supervivencia de la Revolución. Pero
en el discurso de clausura de la Conferencia Nacional Raúl
lanzó una advertencia a la que hay que prestarle especial atención porque
reconoce una peligrosa debilidad: “La Revolución de los humildes, por los
humildes y para los humildes, que tanta sangre costó a nuestro valeroso pueblo,
dejaría de existir sin efectuarse un solo disparo por el enemigo, si su
dirección llegara algún día a caer en manos de individuos corruptos y
cobardes.” Algo así fue lo que sucedió en la Unión Soviética. Allá
también tenían un partido único y eso no los salvó de una restauración
capitalista salvaje. Una militancia habituada a no funcionar democráticamente y
a obedecer las órdenes que venían de arriba, asistió pasiva al derrumbe de las
conquistas revolucionarias, decretado por los“individuos corruptos y cobardes”
de la dirección, sin que se disparase un solo tiro. La única manera de evitar
que nos pase lo mismo es contar con un partido unido, capaz de actuar como un
solo puño, y que a la vez reconozca la existencia de cada dedo de la mano. Con un partido
controlado por sus bases, no importaría que, por engaño o accidente, llegaran a
la dirección “individuos corruptos o cobardes”. No podrían hacer lo que
quisieran, porque el poder estaría abajo, y no arriba.
Raúl
dijo que nuestro partido único debía ser el más democrático del mundo. Es
nuestra responsabilidad convertir eso en realidad y establecer los mecanismos
para llevarlo a la
práctica. Pero la democracia no la podemos entender sólo como
escuchar las opiniones de la gente y procesarlas adecuadamente, o las consultas
con las masas, o discrepar “incluso” hasta de lo que digan los jefes (lo que
debía verse como algo natural y no casi como un extremo). Democracia es que las
bases tengan decisión y control sobre todos los asuntos fundamentales.
Conservando intacta la unidad orgánica e ideológica del Partido, en su seno se
debe brindar espacio al debate político entre distintas opciones y visiones
revolucionarias.
Cuando
existe un partido único, necesariamente todos los intereses de clase, de una
manera u otra, intentan hallar expresión dentro de él. Más tarde o más temprano
los elementos pro-capitalistas en Cuba, en la medida que consoliden su posición
económica, aumentarán sus presiones e influencias sobre el partido, para verse
reflejados en su seno. Por ese motivo es decisivo que los elementos
revolucionarios, marxistas, el ala izquierda que representaría más directamente
los intereses de los trabajadores, tengan la posibilidad de organizarse y dar
la batalla.
Raúl también advirtió sobre el peligro de la
burocracia. ¿Pero cómo se combate la burocracia? No es un fenómeno individual,
de personas malas, oportunistas o corruptas, que esperan agazapadas la
oportunidad de hacer daño, que les gusta mucho el papeleo o la comodidad del
buró y el aire acondicionado, o que se sienten felices mientras más trabas
ponen a la gente común. Pensar que ellas puedan ser controladas o combatidas por
otro grupo de burócratas, personas buenas, responsables, honestas, decentes,
comprometidas con el pueblo y el socialismo, es una actitud totalmente ingenua,
y que deja intacto el problema del poder burocrático. No se puede plantear el
problema en términos éticos, donde un grupo de funcionarios honrados controla a
otros que no lo son. La burocracia es un fenómeno objetivo, de un grupo
dominante, que en condiciones de atraso y aislamiento de la revolución, escapa
al control popular y crea sus propios privilegios e intereses. Que dentro de
ella no todos sean corruptos, oportunistas y arribistas, y que los haya
revolucionarios y honrados, es un dato importante, pero secundario, para el
análisis que nos ocupa. La burocracia no puede controlarse a sí misma. El único
control efectivo que se le puede oponer para evitar que ella se convierta en un
peligro contrarrevolucionario es el de los trabajadores y pueblo en general. La
planificación socialista sin una completa democracia obrera es pasto para el
despilfarro, la ineficiencia y el robo. Lamentablemente en la actualidad el
discurso político no apunta en dirección de un mayor control democrático de los
trabajadores, sino en el reforzamiento del papel de los jefes.
Ningún análisis que pretenda el avance del
proyecto cubano de justicia, libertad e igualdad social, puede limitarse al
ámbito interno, a lo que está en nuestras manos y podemos hacer aquí. Al final,
el factor decisivo del que dependerá el triunfo o no del socialismo cubano será
el desenlace de la lucha de clases a nivel mundial. Las condiciones actuales de
crisis capitalista y los vientos revolucionarios y de indignación que recorren
el mundo, desde Estados Unidos y Europa hasta el mundo árabe, nos permiten
mirar con optimismo el futuro y nos reafirman que nuestra causa es lo
suficientemente justa y válida como para no ceder ni un ápice frente al
capitalismo, que hace aguas por todos lados.
No se puede aspirar a una sociedad superior si
las riquezas obtenidas se alcanzan a través de relaciones de producción que
fomenten la desigualdad, la explotación, la competencia. Frente
a una vía de utilización de medidas de corte capitalista, que no tendrá otra
puerta de salida que el capitalismo, hay alternativas. Además del
cuentapropismo, válido y permisible sólo a una pequeña escala, debíamos estar
pensando también en fomentar cooperativas socialistas para determinados
servicios, y en la implementación del control obrero en todas las fábricas y
empresas, entre otras medidas que promuevan prácticas y valores solidarios. La
solución socialista de la encrucijada cubana pasa por la democracia obrera en
el partido y las estructuras estatales y de gobierno, la participación
democrática de los trabajadores en la planificación de la economía, y una
política internacionalista que promueva la extensión de la revolución
socialista por América Latina y el mundo.
Frank Josué Solar Cabrales es
profesor de la Universidad de Santiago de Cuba.